Hoy he pasado por la calle Elvira y he visto mi casa de parte de la infancia y la adolescencia, y en la que mi madre ha vivido hasta hace poco, practicamente derribada. He tenido una sensación rara, entre los recuerdos de mi juventud y la rabia por las consecuencias de la especulación urbanística. Mi madre fue expulsada hace ya unos dos años y medio por asustaviejas, en este caso por un conocido constructor de la ciudad, y con ella ha ido desapareciendo toda la población autóctona de barrios como el Albaicín o la calle Elvira. Me da pena ver cómo aquel barrio de Elvira de mi infancia, con negocios de gente trabajadora que abastecia de productos a la numerosa población de la zona, cómo aquella calle donde había niños que corríamos entre los coches y las callejuelas, se ha convertido en un escaparate de suciedad, ruidos, droga y abandono.
Cuando he visto mi casa derrumbada he pensado que la depresión que ha tenido mi madre desde que la echaron de ella no era tanto por su vejez sino por el lento pero inexorable paseo hacia un mundo cada vez más deshumanizado, también en el paisaje de las ciudades.
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